La otra cara de Santo Domingo.

Por: Susana Vélez Hernández y Juliana Ríos Arboleda
A siete kilómetros del centro de Medellín, se encuentra ubicada la Comuna 1. Hace 54 años, llegó Domitila y su esposo Vicente, quienes fueron los primeros pobladores de la cima de la montaña, hoy conocida como Santo Domingo Savio. Poco a poco las casas y la gente fueron multiplicándose, sin agua y sin luz entre vecinos se colaboraban. Desde ese momento, pasaron 41 años y se convirtió en un barrio caracterizado por el conflicto entre pandillas.
“Yo no podía salir tranquilo de mi casa, por donde saliamos era ‘plomo’ por todos lados” dice Andrés Hernández, quien tuvo que abandonar su hogar, de una manera obligada, con sus cuatro hermanos y su madre. Allí no había intervención de autoridades. La ley la imponía la pandilla que más muertos dejara.
En las calles yacían los cuerpos sin vida. La tela del pantalón servía de apoyo para el arma de fuego que hacía contacto directo con la espalda de quiénes morían boca abajo. A las 10:30 de la mañana, Gloria Hincapíe, –enojada por la situación– limpiaba el pavimento manchado por la sangre, de los que fueron asesinados cuando ella dormía.
Según Hernández, recorrer hoy las calles de Santo Domingo, no es lo mismo. Antes el miedo y el dolor invadía cada esquina. “Pero hoy, hoy es diferente, ya no tiran tierra por debajo de la puerta, para advertir que teníamos que dejar todo tirado e ir a comenzar una nueva vida a otro barrio– afirma.
Una grabación se repite, aunque es diferente para cada estación. Se abren las plataformas y se encuentra la Estación Acevedo, ahí finaliza el primer viaje. Para coger rumbo hacia Santo Domingo, una cabina se eleva por los cielos, dejando atrás las casas y las personas. El rostro se torna a una expresión de asombro cuando da la curiosidad de mirar hacía abajo, es entre mareo e impacto. Los graffitis en los murales, dan un toque especial.
Exactamente a la izquierda, después de bajar del Metrocable, se encuentra esa calle que es imposible dejar de percibir. Durante la caminata que dura menos de una hora, se puede comer pollo, perros, salchipapas y hamburguesas. A ambos lados hay bares que abren en la tarde, hasta las 4:00 a.m., solo si la polícia empieza a molestar, lo cierran a las 3:00 de la madrugada.
A mano izquierda, empezando la calle, hay un mini “mall”, dónde venden camisas, regalos, hacen tatuajes, accesorios y zapatos. Todos gritan: “le vendo, le vendo, bueno, bonito y barato” – un joven con una camisa hasta las rodillas y zapatos de última moda. Una vez dentro del mall, subiendo un piso, hay un restaurante en el día, pero hace de discoteca en la noche.
Da una sensación agradable y como si se estuviera en la costa. Se especializan en vender comida de mar y esto hace que deban tener un ambiente costeño, explica el dueño, con mucho orgullo. Desde allí, se ve el Metrocable subir y bajar. Se sientan extranjeros a hablar y a disfrutar la comida, generalmente en el pasaje, venden ‘chucherías’, es decir, bolsos, cremas hidrantes, candongas, productos de belleza y si usted busca algo que no hay a la vista, también se puede encargar y guardar.
A eso de las tres pasaditas, tanto en la discoteca, como en los bares, empiezan a llegar los de siempre. Piden el primer guaro y lo disfrutan con mala cara. El humo de cigarrillo mantenía el calor flotando, cada uno llegaba con sus mal genios. Piden un tinto y un aguardiente. hablaban muy bajito como secreteando, no siempre son desamores, a veces hablan de el día a día, del trabajo y de sus problemas personales. –Imagínate que Rosa, me dijo que no más. – decía Diego, con una angustia enorme. En su cara se marcaban unos pucheros, como si fuera un bebé recién nacido. –¡Noo!,¿Rosa? – responde el amigo de cerveza, asombrado. Todos los días llegan a conversar y como si fuera un ritual, a tomarse una cervecita con aguardiente y tintico.
Según el DANE, Santo Domingo es un barrio poblado por 10.193 hombres y 11.303 mujeres, es una gran población que hoy disfruta de un ambiente muy diferente. Nadie pensaría que esta calle tiene tanta historia, tanto dolor y tantas muertes, al punto que para los que conocen su historia, sienten que los difuntos ven su nueva fortuna. Hoy Santo Domingo Savio, es un barrio que es llenó de comercio, de familias agradecidas por el cambio tan drástico que marcó el barrio, después de la construcción del Metrocable. Esto dio una gran oportunidad de darle a su familia una mejor vida y futuro.
Andrés Hernández, se siente agradecido por las oportunidades que hoy le da el barrio. Trabajar en un lugar donde intercambia conceptos, ideas y mentalidades con sus turistas y no solo con ellos, también, personas del mismo barrio, que no caminan temerosas de lo que pueda pasar, si no hambrientas de cultura, trabajo y diversión.