¿Qué sociedad queremos?

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El cambio de valores, que ha experimentado la sociedad en las últimas dos décadas, da cuenta del desgaste de los valores arraigados en nuestros padres y abuelos, caracterizados por la paciencia, la cortesía, la dignidad, la dedicación y la perseverancia
Cada época tiene sus espejismos, sus refugios, sus válvulas de escape ante las tensiones y carencias del diario vivir. En los 80 y 90, en nuestros barrios, vivimos el sicariato, la delincuencia común, la extorsión, las drogas y el alcohol. Día a día la oferta de estos «escapes» o alternativas de vida se va ampliando. Afortunadamente algunos de estos fenómenos delincuenciales se han reducido. Otros, lamentablemente, siguen creciendo ante la falta de oportunidades laborales, las brechas en la calidad educativa, la inseguridad alimentaria y de vivienda, entre otras.
De lo que sí podemos dar fe es de la tendencia inconsciente y generalizada de la conducta humana de dirigirse hacia la facilidad de las cosas, el principio del placer o la ley del menor esfuerzo del que nos hablaba Freud, hace ya cien años. Si algo puede hacerse fácilmente, ¿por qué habrá de hacerse de modo difícil? Es la actitud de esta tendencia, es fijarse en ciertos objetivos sin estar muy pendiente de las consecuencias que puede acarrear, o de los impactos que tal o cual actividad puede producir alrededor del lugar donde se ejecuta. Pero ¿hasta qué punto nos llevará esta actitud?
Hace unos días tuve la oportunidad de hablar con una joven del barrio, me confesó que su actividad laboral del momento es ser modelo webcam. «Puedo ganar entre diez y veinte millones de pesos semanales», me dice, orgullosa, ante lo cual quedé más que absorto.
Más allá de esas sumas exorbitantes, con sus despampanantes espejismos, me pregunto: ¿seremos capaces de transformar tan radicalmente los valores inculcados por nuestros padres y abuelos? ¿Ese es el ejemplo que queremos darle a nuestros hijos y nietos? ¿No nos carcome la voz de la conciencia al caminar sin tregua en esa dirección? ¿La doble moral que siempre ha existido se fortalecerá aún más? ¿No estaremos jugando con fuego?
Tomar el ejemplo de progreso y superación de países orientales y europeos puede resultar lejano y aburrido, duro y tedioso. El conocimiento de la historia no tiene valor para muchos jóvenes de hoy en día. A muchos no les interesa la política y las repercusiones reales y diarias que se viven en el país, la ciudad, la comuna y el barrio. Muchos viven para proteger su burbuja con su mal que bien llamada «comodidad». Pensar en el otro desde la solidaridad y la tolerancia no es algo que valga la pena. Solo vale el consumir. Consumir como imperativo y directriz imperante. No cuestionar, «el que piensa, pierde», obedecer a quien se ofrece como salvador ante las dificultades más inmediatas.
En medio de toda esa carrera frenética y ruidosa por huir del silencio y de la angustia, que nos producen la soledad y la muerte, ¿dónde estamos? ¿Dónde estoy yo? Hacernos esa pregunta permite pensar en el fruto y la satisfacción de la creación artística, de cuánto puede aportar la lectura de un libro, tocar un instrumento musical, apreciar un paisaje del barrio, tomar una foto de alguna escena espontánea y desprevenida, compartir conocimientos sobre algún tema de interés, hacer malabares, ir al teatro, bailar o salir a trotar o pintar un mural comunitario.
Es decisión de cada uno elegir el camino que quiera, sea cual sea. Creo que vale la pena tomar un momento de pausa para pensar, encontrarnos cada uno en el silencio y la soledad que nos habita, vernos y ver hacia dónde vamos.
Juan Sebastián Saldarriaga Guzmán: juanse.189@hotmail.com