Una rutinaria fatiga, el encierro comiéndose el tiempo, los caminos acostumbrados al trasegar del humano están desolados e intranquilos, un voraz e invisible asesino ronda las almas, es hora de des-obedecer
El embalse de Piedras Blancas construido en 1952 confiesa un desnivel en la presa. Un guarda y un trabajador nos dejan ingresar para divisar en soledad el silencio que canta la naturaleza. El agua en potencia se protege por un muro parapeto, recibiendo las aguas de las quebradas Piedras Blancas, Chorillos, y el bombeo de la quebrada, La Honda.
Entre pinos y arbustos se desnuda una porción de la ciudad, la misma que ha sido atravesada en su tal cinturón verde entre fincas, caminos y pórticos.
Cultivos de cebolla y aguacate que llegan a surtir los mercados y tiendas de los barrios El Pinar (Bello) y Santo Domingo Savio (Medellín)
Caminos ancestrales que comunicaban a Medellín con Guarne sin autopista. Arriería, sudor y trochas.
Entre los tanques de agua, el ruido musical, la risa estridente, el canto del gallo, el freno en el acelerador de las motos y por el amarillo inclinado del suelo se juega y se baila.
De espaldas a la ciudad se salta, se goza y se siente otro aire de resistencia, osadía y valentía en la tormenta de la vida.
Varios tanques de agua potable en algunas esquinas o días de un carro repartidor del líquido vital y la fuerza de los niños al caminar entre inclinaciones y pendientes hasta llegar a la tienda.
En el horizonte se pierde la línea imaginaria, el límite engañoso de la esperanza y la ilusión luminosa de la iglesia que hace presencia entre templos y construcciones, en disputa con las plazas de vicio, las farmacias, las tiendas y los lavaderos de carros y motos.
El barrio no duerme ni para. El rebusque y el trabajo emergen en cualquier momento del día.
Joan Suárez – joanesza@gmail.com